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La violencia contra las mujeres: nombrarla, definirla

Violencia contra las mujeres

El término «violencia de género» surge a mediados del siglo XX desde ámbitos del movimiento feminista como consecuencia de la hegemonía histórica del patriarcado.

En 1975 se celebró la Conferencia Mundial sobre la mujer y en 1993 Naciones Unidas ratificó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contras las mujeres, afirmando que esta violencia es un atentado contra los derechos humanos de las mujeres y de las niñas, afirmando «la urgente necesidad de una aplicación universal a la mujer de los derechos y principios relativos a la igualdad, seguridad, libertad, integridad y dignidad de todos los seres humanos»; también reconociendo el papel desempeñado por las organizaciones en pro de los derechos de la mujer, organizaciones que facilitaron dar visibilidad al problema.” Con estos postulados de Naciones Unidas el problema de la Violencia contra las mujeres pasa del ámbito privado al ámbito público y empiezan a desarrollarse leyes que amparan los derechos de las mujeres.

Ser niña en muchas partes del mundo, ha sido y sigue siendo un alto factor de riesgo para padecer violencia machista, y si se es pobre o se pertenece a una minoría étnica aumenta exponencialmente el riesgo.

El infanticidio se practica en algunos países que no reconocen la valía de la mujer y la consideran una carga.

El Feminicidio es un crimen de odio, es el asesinato de una mujer por el hecho de serlo. Si se vive un conflicto bélico, se añade aún más inseguridad, ya que a través de la violación las mujeres se convierten en botín de guerra y como forma de escarmiento para los enemigos. Se puede afirmar que las niñas y las mujeres que suponen el 51 % de la población de todo el mundo, pueden sufrir potencialmente violencia machista a lo largo de su vida, y que si además se encuentran en escenarios de riesgo, tanto el asesinato indiscriminado como la violencia masiva aumenta de forma dramática.

Actualmente, en países que pueden llamarse democracias modernas, las mujeres siguen siendo objeto de violencia machista. Se puede creer que el ejercicio de la misma no se lleva a cabo de forma tan brutal, pero no es así, se impone en demasiadas ocasiones, además de la violencia física, con golpes y vejaciones, una violencia psicológica, sutil, que va minando la voluntad y la capacidad de reacción de las mujeres, llegando a veces a la depresión, la enfermedad y al mismo suicidio.

También el asesinato, quizá más selectivo, pero no por ello menos violento, se comete con crueldad y alevosía contra ellas y en ocasiones contra sus propios hijos e hijas que no en pocas veces son testigos de los malos tratos, pudiendo llegar a convertirse en potenciales víctimas o potenciales agresores, además de arrastrar el trauma de las secuelas psicológicas que en la mayoría de los casos les acompañan de por vida, necesitando años de tratamiento para poder superarlo.

Puede parecer que el asesinato es puntual, consecuencia de un arrebato, de una pérdida de control, de una subida de la testosterona masculina, de una provocación de la mujer, que el entorno no sabía nada,  porque no había denuncias, porque parecía un buen hombre, porque, porque… demasiadas disculpas para el asesino que en la mayoría de las veces no se nombra, respetándose su identidad en los medios de comunicación, lo contrario que se hace con la víctima a lo que nombrarla lleva muchas veces implícito un juicio que daña aún más su dignidad y su recuerdo. Ante todo esto muchos sectores de las sociedades de todo el mundo siguen justificando esta violencia, y siguen ignorándola, mirando para otro lado, convirtiéndose en cómplices de facto. 

La violencia contra las mujeres se da en tantos casos, en tantos entornos, en tantas circunstancias que la lista es interminable. Las mujeres siguen sufriendo violencia en los hogares, donde son objeto de violación por miembros de la propia familia o sufren maltrato por parte de la pareja;  en el trabajo donde sufren acoso sexual o acoso laboral, a veces minusvalorando su valía profesional, apropiándose de sus ideas y bloqueando su capacidad de decisión; en la calle donde con facilidad son agredidas y violentadas, porque “la vía pública no es lugar para mujeres”, y en todos y en cada uno de los lugares por donde su vida transita. Son a la vez producto de compra y venta en la trata de mujeres y objeto de usar y tirar en el ejercicio de la prostitución.

Ser mujer es una amenaza y una etiqueta que la acompaña de por vida y determina su papel en la sociedad, se produce en cualquier sistema económico y político y en todas las sociedades sin distinción de cultura e ideología, sin distinción de la clase social, la etnia, la opción sexual o cualquier otra diferencia.

En la actualidad, algunos poderes neoliberales están tratando de atacar, diluir el empuje que ejerce el movimiento feminista en la transformación social por la lucha de la igualdad y la justicia social, cuestionando la raíz del mismo, manipulando derechos de minorías como si de un todo se tratara, creando discordia y desconfianza en la sociedad y dentro del propio movimiento feminista, nutriendo y enriqueciendo aún más el modelo capitalista y patriarcal, lo hacen con prácticas económicas abusivas y con el desarrollo de negocios cuyo origen es turbio y oscuro, influyendo en la legislación, amparándose en derechos altamente cuestionables dependiendo del país o territorio en el que se lleven a cabo sus prácticas.

El movimiento feminista, respeta y acepta como no puede ser de otra manera a estas minorías, aunque a menudo no están en la línea de los objetivos que el movimiento feminista detenta desde hace siglos, pues en muchos casos estos intereses se limitan al pretendido reconocimiento y aceptación de una apariencia física, de un deseo sexual, que cae a menudo en la trampa de un sistema económico que solo las utiliza para engrosar sus cuentas y fortunas, y que las puede desplazar y despreciar, por intereses más lucrativos, si estos mismos intereses encuentran caladeros nuevos de explotación y ganancia. Así, podemos hablar de negocios con los vientres de alquiler, utilizando a las mujeres como meras incubadoras, obviando los cambios físicos y psíquicos que en sus cuerpos se dan, aprovechándose de su vulnerabilidad y de su precaria situación económica; de la prostitución y la trata, un negocio de incalculables beneficios; de la oferta médica  de transformación del cuerpo físico de muchos niñas y niños a edades demasiadas tempranas para poder elegir una identidad sexual futura en la que no está garantizada su estabilidad física y psíquica; la donación de óvulos, altamente cuestionable por la agresión que sufren en sus cuerpos las mujeres ante tratamientos muchas veces repetitivos y que pueden poner en peligro su futuro; la difusión sin control de la pornografía en las redes con índices de violencia extrema y cuyo consumo cada vez es más frecuente en niños en edades muy tempranas, etc. etc…

El movimiento feminista, fiel a su misión y objetivos, es un movimiento universal que traspasa fronteras, que es integrador, transversal y respetuoso con cualquier diferencia u opción sexual, que lucha por las mujeres en todas sus etapas de la vida, en todas sus capas sociales, en todas sus condiciones económicas, y que en definitiva, tiene un objetivo final que es la disolución del sistema patriarcal y capitalista, en aras de la igualdad real de todos los seres humanos, mujeres y hombres.

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